viernes, 9 de mayo de 2014

Ya es viernes. "La rama del almendro"

Querida encina, tú que eres árbol entenderás esta historia que te traigo hoy viernes:



La rama del almendro
(O los ramalazos de la condición humana)

De camino a la acequia se puede pasar por el centro del pueblo, por caminos de tierra con yerbajos o por delante de las pocas casas que quedan de los hortelanos. Casi todos están jubilados, los veo allí cavando el pequeño huerto que mantienen por inercia junto al jardín. Me asomo a la verja, les digo buenos días y sigo mi ruta. Los hortelanos son buena gente, muy desprendidos y campechanos.
Algunas ramas de sus árboles frutales se salen del huerto, sobrepasan las cabezas de los que pasamos por allí y nos ponen ricas frutas por delante de las narices. No hay placer más sabroso, pecado venial más común, que coger de un árbol ajeno una pieza madura aunque lleve bicho dentro.
Un día me di cuenta de que la rama que sobresalía estaba al alcance de mi mano y  cargada de almendras amargas, todavía verdes.  Cada día que pasaba, la rama se combaba más y un día, sin que nadie me viera, cogí tres almendritas y me las traje a casa. Las escaché en la encimera de la cocina con la piedra redonda de lava negra que me trajeron del volcán canario y me las comí con el regocijo de los pájaros glotones.
Al día siguiente había cuatro almendras en el suelo. Las recogí, ya sin el pesar del pecado y me las llevé a la cocina. Así poco a poco hice un montoncito para la salsa de un pollo. Era un aliciente pasar por aquella casa.
Una de esas mañanas estaba el hortelano cavando y le dije:
-“Qué ricas almendras tiene usted. Como esta rama se sale me he atrevido a cogerle algunas…”
-“Coge las que quieras, maja. Todos los años acaban por esbaratarse. Ya les digo a los chicos, pero aquí nadie quiere almendras.”
-“Ah pues muchas gracias” –contesté- y seguí andando.
Decidí que en ese caso, ya que nadie quería las almendras y rodaban por el suelo, llevaría una bolsita pequeña para recoger al menos las que se habían caído. Busqué una cesta que tenía por ahí guardada, la puse en la mesa de la cocina y me fui tan contenta a por mi cosecha de almendras.
Pero cuando llegué a mi destino alguien había cogido todas las almendras de la rama saliente. En el suelo quedaban unas pocas.  No las quise. De repente dejaron de interesarme las almendras.  Me asomé a la verja para preguntarle al hombre qué había pasado y no vi a nadie. En las caminatas posteriores lo vi algunos días cavando, con el culo vuelto, y decidí que yo me había enfadado con él, por tanto no volví a decirle buenos días.
Hace poco he vuelto a pasar  por allí. Estaba dispuesta a venirme a buenas, pero ya no hay remedio: ha cortado la rama saliente.


                                                         Gloria Rivas Muriel, mayo 2014