lunes, 30 de diciembre de 2013

la vela que alumbra

Son las siete de la tarde del día 30 de diciembre del año 2013 y aquí estoy, con la luz eléctrica apagada y una vela encendida. Soy consciente de la nula importancia que tiene el gesto. A los directores generales de las empresas de electricidad les da igual que cuatro mindundis jueguen a los símbolos de vez en cuando. Pero a mí me gusta este juego porque sin luz eléctrica hay silencio. Y silencio es lo que necesito a veces para ver con claridad el camino que llevo. Aunque lo que más me gustaría es que todos apagáramos la luz y que pasara algo. No sé qué, pero que pasara algo. Una revolución, algo sonado y en silencio. Algo que fuera decisivo para cambiar las cosas, por ejemplo un voto con sorpresa o una huelga de resignación.  No sé, vamos a pensar entre todos...
Voy a cumplir cincuenta y siete años en junio y ahora soy la niña que estudió los ríos de España a la luz de una vela como esta. Ya teníamos luz eléctrica, no hacía tanto, y un día el camión bien colmado de Paco Pallarés se cargó el tendido de la luz. Miles de metros de cable por el suelo, niña ten cuidado no pises, que aprovecharon los ladrones para llevárselos a la noche siguiente.  Y un día por otro fue pasando el invierno y enseguida me acostumbré a la vela de las sombras fantasmales que huele a misa, a la lágrima de cera que corre hacia la base de la palmatoria, al silencio de los afluentes del Duero. A la luz de una vela como esta leí a Gabriel y Galán y las golondrinas de Bécquer y soñaba con ser maestra y con escribir poesías.  Por supuesto no me imaginaba que un día encendería una vela para protestar por que el camión bien colmado de la avaricia tira por los suelos las luces de la esperanza y el calor del bienestar mientras los ladrones roban el tendido de la libertad y nos meten miedo, cuidado no piséis, con precios abusivos. El precio que pone un sistema insoportable. Un sistema cruel e inhumano que hemos construido entre todos y que ahora no sabemos como deshacernos de él, pues los salvadores son más peligrosos que el propio sistema. 
Dentro de unos minutos apagaré esta vela y encenderé la luz eléctrica; el contador sonreirá otra vez, con burla de voltio,  cuando se percate de que he metido la taza de la leche en el microondas y he encendido la tele. Habrá otra vez ruido en casa. Dentro de unos minutos me olvidaré de la niña que aprendió los ríos a la luz de una vela y del camión de Pallarés y de la palmatoria. Pero de lo que no me olvidaré, de lo que no debo olvidarme es de protestar cada vez que haya que hacerlo. Aunque sea con un gesto de poca monta y aunque me dé pereza ir a la manifestación que convocan los que se molestan. Algo tendremos que hacer. Y desde luego, votar a las derechas NUNCA.