viernes, 29 de noviembre de 2013

Ya es viernes. (Cumbres borrascosas)

Querida encina, tengo que contarte que anoche me quedé dormida tarde con la impaciencia de saber cómo moría Heathcliff, con el deseo de que lo matara alguien. ¡Fíjate qué manera de quedarse una dormida! Deseando un asesinato. Así es la conciencia humana. No lo dudes. Tú que tienes ramas generosas y un tronco centenario. La conciencia, como dice nuestro amigo José Ignacio es una manga muy ancha, y yo quería que a ese desalmado de Heathcliff, que había hecho tanto daño y que estaba impidiendo la felicidad de todos los de su casa, pues lo aniquilara un personaje secundario para que no hubiera mácula en la historia de los principales. Así somos. O así soy yo por lo menos. Pero esta mañana cuando me levanté a las siete para volver a su cocina a regodearme con su perversidad y su tormento, y leí su redención, me sentí hija de mi tiempo, alejada de Emily Brontë  y consideré la maldad como una patología obsesiva causada por alguna contrariedad imposible de resolver. Una patología como la que desarrollan los enfermizos amores de Catherine y el oscuro Heathcliff. 
Con amores así no hace falta el infierno.
Voy a leerla otra vez. No puedo salir de aquella cocina oscura.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Ya es viernes

Querida encina: ya es viernes otra vez. Y un viernes triste, romántico, frío. Por eso me acordé esta mañana de Emily Brontë y me puse a releer "Cumbres borrascosas". Y aquí estoy, muerta de frío, en la Granja de los Tordos, donde nadie es amable con nadie y sopla el viento nevado afuera. El señor Heathcliff trata con desdén a todos, se ve que ha sufrido mucho y guarda cierto resquemor a los que le rodean. De momento se me presenta como un ser egoísta, desconsiderado e irresponsable, pero no sé, es pronto para juzgarlo. Todavía no lo conozco bien y no quiero opinar de él de manera frívola.
Lo mismo me pasa con lo que vi anoche en el telediario, que no sé qué pensar.
No sé qué opinar de los diputados que salieron de estampida del hemiciclo antes de comprobar si el recuento de los votos que habían emitido se ajustaba a lo que habían votado. 
No me podía creer lo que estaba viendo. Primero pensé que era una emergencia. Que habían amenazado con una bomba o algo así. Después, al ver que se reían mucho, creí que era un boicot a alguna propuesta de ley. Pero cuando escuché al presentador explicar que sus señorías habían salido así, corriendo como niños poco aplicados que solo piensan en el recreo, porque se iban de puente, me sentí muy mal. 
Vi una granja de tordos casquivanos e irresponsables que se reían de mí y de mis vecinos en nuestras narices. Unos desconsiderados con sus votantes. Unos tirinenes que no me representan. No los conozco a todos y no quiero opinar de manera frívola, pero me sentí mal. Como el señor Lockwood, cuando lo mandaron a dormir a la cama de la habitación fantasmal y húmeda y tuvo aquellas pesadillas terroríficas. Aquellas pesadillas que resultaron ser la realidad.