viernes, 31 de agosto de 2012

YA ES VIERNES (RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS) TÍTULO: CIEN AÑOS DE SOLEDAD AUTOR: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ He vuelto a Macondo. Regreso cada cierto tiempo por una extraña necesidad de reencontrarme con ellos, de sentarme en el granero donde Pilar Ternera leyó las cartas a José Arcadio antes de que les entrara a todos la peste del insomnio y olvidaran los nombres de las cosas y su utilidad. He ido al baile que organizó Úrsula Iguarán para estrenar la casa nueva, blanca como una paloma, y donde Rebeca y Amaranta conocieron a Pietro Crespi, desgracia de sus vidas, mientras él afinaba la pianola. Me he sentado con ellas a bordar en el corredor de las begonias y a mirar pasar la vida mientras llovía sobre la vegetación exagerada y las lombrices construían sus montículos de barro con la tierra húmeda del jardín. He escuchado los razonamientos políticos del coronel Aureliano Buendía y el tintineo constante de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller. Asistí a los pregones del gitano Melquíades, que lleva a Macondo los últimos descubrimientos, ante la expectación de todos y la desconfianza de Úrsula, y distinguí a los diecisiete Aurelianos, hijos de coronel, por sus cruces de ceniza clavadas en sus frentes. Cada vez que voy a Macondo encuentro algo en lo que no había reparado antes, alguna situación o algún paisaje nuevos, algún gesto de amor aciago o un guiño desganado de soledad. Volveré a Macondo cuando pase un tiempo para sentarme en la mecedora de Fernanda del Carpio y hablar con ella de sus hijos, de su marido y, por supuesto, de Petra Cotes. Y os invito, gustosa, a venir conmigo. (Gloria Rivas Muriel)



                   
TÍTULO: CIEN AÑOS DE SOLEDAD
AUTOR: GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ
                     
      He vuelto a Macondo. Regreso cada cierto tiempo por una extraña necesidad de reencontrarme con ellos, de sentarme en el granero donde Pilar Ternera leyó las cartas a José Arcadio antes de que les entrara a todos la peste del insomnio y olvidaran los nombres de las cosas y su utilidad.
He ido al baile que organizó Úrsula Iguarán para estrenar la casa nueva, blanca como una paloma, y donde Rebeca y Amaranta conocieron a Pietro Crespi, desgracia de sus vidas, mientras él afinaba la pianola.
Me he sentado con ellas a bordar en el corredor de las begonias y a mirar pasar la vida mientras llovía sobre la vegetación exagerada y las lombrices construían sus montículos de barro con la tierra húmeda del jardín.
He escuchado los razonamientos políticos del coronel Aureliano Buendía y el tintineo constante de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller.
Asistí  a los pregones del gitano Melquíades, que lleva a Macondo los últimos descubrimientos, ante la expectación de todos y la desconfianza de Úrsula, y distinguí a los diecisiete Aurelianos, hijos de coronel, por sus cruces de ceniza clavadas en sus frentes.
Cada vez que voy a Macondo encuentro algo en lo que no había reparado antes, alguna situación o algún paisaje nuevos, algún gesto de amor aciago o un guiño desganado de soledad.
    Volveré a Macondo cuando pase un tiempo para sentarme en la mecedora de Fernanda del Carpio y hablar con ella de sus hijos, de su marido y, por supuesto, de Petra Cotes.
Y os invito, gustosa, a venir conmigo.

                                                          (Gloria Rivas Muriel)


viernes, 24 de agosto de 2012

Ya es viernes

Querido blog, ya es otra vez viernes y entro a dejarte un relato de mujeres afganas. Ya sabes lo que pienso en ellas, por eso me sirven de inspiración para denunciar su precaria situación de libertad o para difundir sus esfuerzos por lograr una vida digna. Algunos hombres, los menos, también aportan un poco de esperanza. A ellos va dedicado este relato que escribí en julio de este año.

LA JOVEN ESPOSA AFGANA
Soraya salió por fin de la casa de su padre para casarse con Khaled, su primo del alma, su alma gemela, en quien tenía puestas todas sus esperanzas de libertad.
Los invitados no podían ver tras la ventana del burka la sonrisa tranquila y confiada, la melena negra y brillante de puntas rizadas, ni el vestido rosa ribeteado de cristalitos azules y manga hasta el codo.
Su padre llegó con ella hasta Khaled y se la entregó.
-Trátala como se merece, es terca como lo era su madre.
-Así se hará, señor.
La fiesta duró hasta las once de la noche y los novios despidieron a su familia en el zaguán.
Khaled se volvió hacia su joven esposa, le quitó el burka y lo tiró al pozo. Sonó como una mariposa azul en abril.
Después cerró la puerta por dentro y le dio la llave.
-Toma, la llave de nuestra casa, para que entres y salgas cuando quieras. Larga vida para nosotros, Soraya.
-Larga vida, amor mío.

                                                                  (Gloria Rivas Muriel. De "Microrrelatos". Derechos reservados)