lunes, 11 de agosto de 2014



La serpiente que perdió su piel una tarde de tormenta.

Está todo tan seco en este mundo que habito
que voy a perder la piel, me temo, y hace frío.
Todo el bálago seco me va saliendo al paso,
respiro mal, me arrastro, voy a perder mi piel.

Estoy envejeciendo, lo noto por el ruido,
moriré si me falta el abrigo crujiente,
no me va a ayudar nadie, tengo muy mala fama.
El viejo testamento me condenó, si más.

Se acerca la tormenta, se va poniendo oscuro
y huele como siempre que hace tanto calor.
Está todo tan seco que me cuesta arrastrarme.
Antes de la condena, la vara de Esculapio
sostuvo con orgullo mis escamas ventrales.

Está todo muy seco, me tengo que arrastrar,
como un bípedo dócil se arrastra tras el buey
por espigas tumbadas; la tierra, los guijarros
me arañan si me muevo, si avanzo me rasguñan.

No tengo dignidad ni falta que me hace,
solo anhelo el granito caliente de mi casa,
el libre latifundio de peña milenaria.

A ver si llego ya. Me acuerdo de Esculapio.
Me está saliendo sangre, pierdo la piel a trozos.
Estoy envejeciendo, ya no se queda entera.
La tormenta se acerca, huele más que hace un rato,
oigo gotas que caen,
no llego hasta mi peña.
Todos en su guarida,
solo hay nubes
y ojos.


                                                                                                      (Gloria Rivas Muriel. Verano 2009)

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