viernes, 29 de noviembre de 2013

Ya es viernes. (Cumbres borrascosas)

Querida encina, tengo que contarte que anoche me quedé dormida tarde con la impaciencia de saber cómo moría Heathcliff, con el deseo de que lo matara alguien. ¡Fíjate qué manera de quedarse una dormida! Deseando un asesinato. Así es la conciencia humana. No lo dudes. Tú que tienes ramas generosas y un tronco centenario. La conciencia, como dice nuestro amigo José Ignacio es una manga muy ancha, y yo quería que a ese desalmado de Heathcliff, que había hecho tanto daño y que estaba impidiendo la felicidad de todos los de su casa, pues lo aniquilara un personaje secundario para que no hubiera mácula en la historia de los principales. Así somos. O así soy yo por lo menos. Pero esta mañana cuando me levanté a las siete para volver a su cocina a regodearme con su perversidad y su tormento, y leí su redención, me sentí hija de mi tiempo, alejada de Emily Brontë  y consideré la maldad como una patología obsesiva causada por alguna contrariedad imposible de resolver. Una patología como la que desarrollan los enfermizos amores de Catherine y el oscuro Heathcliff. 
Con amores así no hace falta el infierno.
Voy a leerla otra vez. No puedo salir de aquella cocina oscura.

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