viernes, 8 de marzo de 2013

HISTORIA DE UNA PALMERA (O la relativa importancia de las cosas)

El día 5 de septiembre del año 1981 regalé a mi madre una palmera que había comprado el día antes en Plantas Sabadell del Paseo de Zorrilla de Valladolid.
Me costó 900 pesetas y prometía mucho. Tenía unos treinta centímetros de altura y varias hojas verdes y llenas de vida que salían del tronco a nivel de tierra.
Ella la llevó a su casa y la puso a la ventana. Pero la palmera no crecía.
Tres años después, cuando me casé, me dijo mi madre: "llévatela a tu casa, hija, porque no sé que le pasa, que ni crece ni alborece y me da pena verla ahí siempre igual".
En abril de 1984 la llevé a mi casa y en poco tiempo se puso preciosa. Empezó a crecer y a echar hojas con agradecimiento efusivo y fuimos cogiéndole mucho cariño. Ha cambiado, como nosotros, dos veces de casa y no ha dejado de esponjar y crecer: exactamente dos metros y seis centímetros. 
Pero el año pasado enfermó. A pesar del trasplante y de las atenciones, estaba herida de muerte y fuimos asistiendo a su deterioro con la pena de lo que se pierde y con la lástima de lo evidente. 
Mi madre llamaba por teléfono para preguntar por ella como si fuera de la familia y en casa nos fuimos acostumbrando a ir cortando cada poco tiempo otra hoja seca hasta que fue un estípite flaco con dos ridículas hojas sin vida.
El pasado 25 de enero, cuando estaba yo sola en casa decidí armarme de valor y cortarle las dos hojitas que le quedaban.
Quedó un macetero con un palo alto que trasladé a la terraza de la cocina, junto al cubo del cristal para reciclar,  con la tonta esperanza de que algún día le dé por revivir y esperé a que llegaran los de casa a comer, mirando aquel espacio vacío y preparándome para consolarles diciéndoles que ya compraremos otra, que ya era muy viejita, y todas esas consolaciones...
Pero ese día cada uno llegó con sus asuntos, luego vimos el telediario y se nos pasó. 
Bueno, que ha pasado un mes y medio desde el 25 de enero y aquí nadie se ha enterado de que falta la palmera, y claro, yo no quiero decir nada por si les hiero.
Les he mandado pasar el aspirador por la zona de la ausencia y ni flores!
Y lo más chocante: todos los días llevan alguna botella al cubo de reciclar, rodean y ¡no la ven!
Mi madre no ha vuelto a preguntar por ella.
 
En fin, saquen ustedes sus propias conclusiones. 

2 comentarios:

  1. Bien, Gloria, bien... y como he sacado la conclusión he apartado de la cartera unos euros para la palmera que debemos regalarte quienes te queremos.
    Amigos, la lista ha empezado con cinco euros, solo para empezar y animar.

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  2. La palmera no crece libre dentro de una maceta aunque esta sea de oro. Dejémosla luchar contra los elementos.

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